22 de gener 2009

La oscura y verdadera historia del tapete.

¿Alguien no recuerda el tapete de la abuela? Evidentemente, me refiero al de ganchillo. Ya en los albores del tiempo se consideraba un ¿objeto? pasado de moda. De facto, antes de que la primera abuela hiciera el primer tapete, ya estaba pasado de moda. El tapete clásico (posiblemente, el más pasado de moda), es de color blanco, y se utiliza para poner encima de una mesa o mesilla (o mesita). Por un motivo extraño, la gran mayoría de tapetes acostumbran a ser redondos. Será que, por otro motivo extraño, los tapetes redondos acostumbran a decorar (por decirlo de alguna manera) mesas, mesillas o mesitas redondas. Evidentemente, los hay cuadrados (me refiero a los tapetes, aunque también hay mesas, mesillas y mesitas cuadradas), pero éstos fueron una evolución de los clásicos (y primeros) tapetes redondos. Que luego podamos entrar a discutir si eso es una evolución o una devolución, es otra historia. Siguiendo la historia del tapete, vemos que los tapetes crecieron, y llegaron a suplantar las cortinas, y hasta a cubrir camas de matrimonio. De ahí, llegamos a que pasaron de ser un objeto en 2 dimensiones (planos, vaya), para conseguir la tercera dimensión. Ahí es donde hay el gran clímax en la evolución del tapete. Cuando pasan de cubrir (y adornar, dicen) mesas (y mesillas y mesitas) a cubrir teteras. Y cafeteras. Según los expertos, éste cambio hizo que la historia del tapete hiciera un giro tan brusco de orientación, que no podemos hablar de evolución, si no directamente, de holocausto. Similar al de los judíos, pero sin hornos crematorios. Conseguido esto, las abuelas, envalentonadas por su éxito (me refiero con los tapetes, no con los judíos), llegaron hasta a atacar los tiestos, en un alarde de locura mental transitoria. Con el tiempo, llegó la industrialización y las máquinas, con lo que las abuelas llegaron a crear verdaderos monopolios que hicieron temblar a más de un y de dos gobiernos. Según cuenta la leyenda, los servicios secretos norteamericanos tuvieron que actuar cuando se descubrió un intento de cubrir la Casa Blanca, el Capitolio y el monumento a Lincoln con tapetes. A partir de ese momento, la mafia que dominaba el monopolio tapetil empezó a declinar, al ser encerradas de por vida en la cárcel la mayoría de sus cabecillas. Huelga decir que las condenadas no estuvieron mucho tiempo en prisión. Y no porqué sus contactos consiguieran sacarlas de ahí, justamente.

Llegados a éste punto, los expertos consideran que gracias a esos sucesos una nueva hornada de abuelas más jóvenes tomó el poder tapetil, con ideas nuevas y revolucionarias. Uno de sus actos más aberrantes y conocidos fue tintar los tapetes de los más variados colores. Aún hay gente que se les pone la piel de gallina al recordarlo. Muchos otros no se les pone la piel de gallina, por el simple echo de que al ver por vez primera esa anomalía prefirieron saltarse la tapa de los sesos de un disparo, saltar desde el balcón y muchos más divertidos eventos que no hace falta numerar aquí.

Con el tiempo, el imperio tapetil, como hemos dicho, fue declinando. Hasta se llego a temer (o rezar) por su extinción. Pero es justamente por estos sucesos, que los investigadores (románticos ellos), decidieron hacer estudios sin cuartel sobre el objeto en cuestión. Sobre los citados estudios, ya hablaremos en otro capitulo debido a su extensa extensión.

Nadie sabe exactamente que induce a una abuela a estarse horas y horas gastando hilo, vista, paciencia y ganchillo. Solamente se sabe que, a cierta edad, el cuerpo, la mente, pide eso. Quiere eso. Es decir, de la misma forma que a los 16 años los adolescentes (masculinos en su mayoría, que si no de que sería un trauma) notan que todas las neuronas de su ser (sobretodo, ciertas neuronas de su ser egocéntrico y onanistamente principal) piden sexo, cuando se llega a cierta edad (ahí no está claro si es a partir de los 62, 67, 69 o 73 años), las abuelas necesitan hacer tapetes. Cómo un yonqui necesita su ración diaria de heroína (jaco para los amigos), las abuelas necesitan el hilo, la aguja de ganchillo y un objeto a cubrir. Cómo vemos, tanto los yonquis cómo las abuelas tienen dos puntos en común. La adicción y la aguja. De ahí que actuales estudios serios de extintas universidades hayan demostrado el alto índice de contagiadas por el virus del SIDA entre la población femenina de la tercera edad. También se ha demostrado que, debido al tiempo que se tarda en realizar los análisis, nunca se descubre que las abuelas mueren de esa enfermedad, ya que no llegan a ver dicho informe.

Y todo esto, amigos lectores, ¿por que lo cuento? Es fácil adivinarlo. Hoy, en un sólo día, he visto cómo la leyenda de que el imperio tapetil está extinto es una falacia. En dos sitios distintos, en dos lugares diferentes (y en una galaxia muy, muy lejana), he podido ver tapetes adornando a seres humanos. ¡Sí! Y (por una vez) no tenía un exceso de alucinógenos circulando por mis arterias y venas varías. Que me estoy quitando. Pero la verdad, ver a una mujer con un gorro de ganchillo (imaginen, amables lectores, una funda de ganchillo para un tiesto y denle una vuelta de 180º) con alegres motivos florales pasear por la calle, me ha echo plantear si ha sido buena decisión abandonar ciertas substancias. Lo que me ha reafirmado en que tengo que volver a la existencia psicotrópica ha sido la vista de un muchacho jamaicano (o al menos, enamorado de esa isla). Y no porque fuera negro o llevara rastas. Si no porque iba enfundado en una camiseta de baloncesto (con los colores de Jamaica) inmensa. Evidentemente, el problema no es llevar una camiseta de baloncesto que te llegue a las rodillas. El problema, es que esa camiseta, queridos y sufridos lectores... era de ganchillo.

Estas dos visiones me han tocado la fibra sensible. Han provocado que empezara a investigar el mundo tapetil. A desempolvar tapetes guardados en trastero y mirármelos desde otra perspectiva. A quemar toda foto de abuelas que encuentre, mientras entono el "Muerte al ganchillo, a la hoguera con él", famosa canción puesta de moda por Torquemada y remasterizada y actualizada por Torrebruno. A seguir las investigaciones no acabadas de las extintas universidades, esperando que los resultados me den la razón, y descubrir que, tal y cómo hizo Keyser Söze, el mejor truco que hizo el Diablo es hacer creer que no existía.

Así que, si un día de estos leen que he tenido un accidente y me he clavado la cuchilla de afeitar 23 veces, no se lo crean. Porque no me afeito, me depilo a la cera.

Saludos.

PS: Si durant més de tres anys li vas ficant el dit a l'ull a algú, normal és que després aquest algú et trenqui les rótules.
PPS: Antic proverbi jueu.