Mocosoft Inc.

Pero para que complicarnos la vida con productos impronunciables con una apariencia rara (¡Dios mío! ¡Si se tiene que escribir! Pero si con el mouse se va más rápido haciendo click en los botoncitos... no tiene botoncitos?? Pero que mierda de sistema operativo es??) si los chicos de Redmond se han gastado el dinerito en comprar y maquear un producto que luego venden como el gran invento de la historia de la humanidad. ¿Para que?
Evidentemente, si compras estos productos (¿Copiarlos? ¿Bajarlos de internet? ¡Eso es ilegal!) tienes un sinfín de ventajas, pero la más mejor, evidentemente, es su servicio de soporte. Ejem. Mejor aclaremos. El nombre correcto tendría que ser: Centro de Soporte Qué Sólo Daremos a Empresas Qué Se Hayan Gastado Una o Dos Pastas en Nuestros Productos. Para los usuarios finales, esos que compran el pc con todo incluido sólo para tenerlo en casa, les queda la opción de tirar una moneda al aire cuando tienen problemas raros con algún producto tan simpático como el Office o similar. Si sale cara, desinstalar y volver a instalar. Si sale cruz, desinstalar y volver a instalar.
Y para las empresas pequeñas o medianas, más de le mismo. Cómo ejemplo, una conversación que tuve en su momento con ese apreciado servicio de soporte...
Resulta que, por motivos que no vienen al caso, el gerente de mi empresa decidió instalarse él solito el Office. Se tiene que reconocer que para instalar ese paquete (nunca más bien dicho), no hace falta tener ni estudios. Sólo saber el significado de la palabra “Siguiente” y saber hacer un click encima del botoncito donde pone esa palabrita. Total, que no quiso esperar a tener el portátil para el día que le tocaba, lo cogió el día antes, y se puso el Office. Y ahora cuando abre el Outlook, cada vez que se revisa si hay correo, o le da a F5, actualiza o lo que sea, le pide el usuario y contraseña de la cuenta de correo. Me he revisado por delante y por detrás, de lado, por dentro y por fuera el maldito Outlook. Teóricamente está todo bien. Teóricamente, tendría que revisar el correo automáticamente sin que pidiera nada. Pero no. No quiere. No le da la santísima gana.
Después de dos días de revisarlo todo, desinstalar, limpiar el maldito registro (otro gran detalle de Mocosoft), instalar, volver a desinstalar, limpiar otra vez el registro y lo que no es el registro... Decidí llamar al centro de soporte. Que digo yo, si fueran el teléfono de la esperanza, el numero de suicidios en este país igualaría al de Suecia. Les llamo, y una vez identificado y comprobado que seamos nosotros y no alguien más que se quiere aprovechar de su magna sabiduría, les cuento el problema. Solución, desinstalar e instalar de nuevo. Les digo que eso ya lo hemos hecho. Me contestan que puede ser que en la instalación hiciéramos algo mal. “No hice el pino desnudo, con las manos atadas a la espalda y comiéndome un bocadillo de yogurt de pastrami, ¿puede ser eso lo que hice mal mientras le daba a siguiente-siguiente-siguiente?”. Con una voz paciente, cómo dando a entender que cómo es lógico, yo no sé de que hablo y él si (sacarse la carrera de periodismo para acabar de help desk de mocosoft, eso es visión de futuro), me intenta explicar un galimatías impresionante sobre la estructura del disco, el formato del mismo, que depende todo del sistema operativo y de cómo se instaló, que también depende todo de la conexión a internet para las actualizaciones, que también depende todo (cuantos todos, vale que la verdad no es absoluta, pero...) del servidor de correo donde el Outlook se sincroniza... Y que también depende todo (venga, falta algún todo, o estamos todas ya en el tostadero?) de que no utilizamos el Iexplorer, que utilizamos el Firefox... Cuando acabó, le dije: “Vale. Y ahora cierra el librito que tienes al lado y me lo vuelves a repetir sin leerlo.” Psé. Que si insinuaba de que no sabía de que estaba hablando. Pues para que engañarnos, no lo insinuaba. Estaba bastante clarito que sólo lo podía decir más alto pero no más claro. Total, que a la media hora de esta amigable y entrañable conversación, me pasa con un compañero. Y me vuelve a repetir todo, todito todo lo mismo que su coleguita. Eso si, cuando acaba me pregunta: “¿Pero ya ha reiniciado la máquina?”
Total, cómo el portátil es el del gerente y necesita (por razones del orden mundial, que no puede pasar sin él) estar conectado a su correo cual yonqui a su jeringuilla, al final una sutil y etérea sugerencia del señor director me hizo ver que todos estos años de estudiar libros, sudar, recordarme de todos los nombres de todos los padres y madres de todos los dioses y no tan dioses no sirvieron de nada: “¿Oye, pues no será más fácil formatear todo y volverlo a instalar de cero? Mi hijo lo hizo cuando me falló el Windows en casa y todo me funciona perfecto.”
Y así estamos, dándole al amigo format y con ganas de meterle un /mbr a quien yo me sé por el recto intestinal... hasta que le salga por la boca.